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Por Jeremías Marquines.
El reciente anuncio de los resultados del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA) 2025, como lo señala un artículo anónimo publicado por El Universal, pone en relieve fallas estructurales del desacreditado Sistema Nacional de Creadores. Sin embargo, en el afán de señalar los problemas, el texto incurre en las mismas faltas que critica, distorsionando el debate hacia la descalificación personal y la restricción de derechos, en lugar de centrarse en la imperante necesidad de ampliar el número de apoyo a proyectos artísticos que debería ser el centro del debate, permitiendo así la inclusión y el acceso de más hacedores artísticos a estos apoyos.
La falacia ad hominem y la crítica estéril
Es preocupante que, al intentar cuestionar la legitimidad de algunas becas, se recurra a la falacia ad hominem para desacreditar a personas como Mónica Brum basándose en sus creencias o ideologías políticas. Una postura ideológica, por muy cuestionable que parezca a un sector, no debería ser un argumento válido para anular un apoyo artístico. El debate debe centrarse en la calidad de la obra, no en la persona.
De igual forma, la crítica a autores como Julián Herbert y su obra Overol es profundamente superficial. Se afirma que es un "libro irrelevante" sin ofrecer argumentos estéticos sólidos que justifiquen el juicio. Si bien es cierto, como ya lo señalaba Jorge Cuesta hace tiempo, que la literatura mexicana a menudo parece una réplica de otras, descalificar una obra exige un esfuerzo crítico honesto y fundamentado. La crítica debe motivar sus juicios, explicar por qué la obra falla en su aporte o estética, no simplemente sentenciar su "irrelevancia". Una obra de arte, cuando es verdadera, se defiende a sí misma con su propia fuerza, sin importar la geografía o los prejuicios de quien juzga.
Los derechos de acceso no se limitan: se amplían
Uno de los puntos más delicados es la exigencia de limitar el número de veces que un creador puede acceder al SNCA, al proponer un límite de dos periodos por persona. Esta restricción, aunque busca la rotación, es en esencia un acto de discriminación y una propuesta equivocada para solucionar la precariedad. El acceso a los estímulos culturales es un derecho constitucional disponible para quienes cumplen con los requisitos exigidos (ya no hablemos de excelencia porque ese es también un criterio discriminatorio), los derechos no deben ser restringidos por ningún motivo.
La solución a la concentración de recursos no es acotar el acceso de los ya beneficiados, sino exigir al gobierno la ampliación del programa. Si la Secretaría de Cultura gasta millones en "eventos de relumbrón," debe invertir mucho más en los hacedores artísticos. Es inaceptable que el número de apoyos se haya mantenido casi idéntico por más de dos décadas. Diez millones o diez becas más no son suficientes; la exigencia real debe ser que se multipliquen los apoyos para que muchísimos más creadores puedan dedicarse a su trabajo con dignidad, sin necesidad de restringir el derecho de quienes demuestran una trayectoria sólida.
Hacia una evaluación imparcial y rigurosa
Lo que sí es urgente y necesario reformar, es el sistema de jurados para asegurar una evaluación de mayor calidad y libre de conflictos de interés. Los jurados, en el caso de la literatura, no deberían ser solo poetas o narradores, sino críticos o académicos especialistas con la solvencia teórica y la distancia necesaria para emitir un juicio imparcial y fundamentado.
Los criterios de evaluación deben ser precisos y enfocados estrictamente en el arte:
- Criterios estéticos y aporte: Se debe precisar el valor estético de la obra o proyecto y su aporte real a la disciplina.
- Trayectoria sólida: Este es un punto cuestionable porque más que presentar becas y premios que son inaccesibles para la mayoría, dado que quienes los entregan son los mismos jurados corrompidos que premian por afinidades electivas o por grupos que se quieren tanto, la trayectoria debería medirse por el aporte estético de la obra en el campo artístico, por los años de ejercicio ininterrumpido y por reconocimiento del público y de sus pares, entre otros más que se les pueda ocurrir a la burocracia.
- Adiós a los Sesgos: Es indispensable dejar de lado los sesgos de prejuicio de género o territorialización (provincia vs. centro). Si una obra es valiosa y aporta algo más allá de los inmediatismos periodísticos o tendencias de moda, su perfección y trascendencia hablará por ella. La poesía, cuando lo es de verdad, no tiene género ni territorio, simplemente es.
Finalmente, es crucial poner un alto a las restricciones ilegales en las convocatorias. La Secretaría de Cultura federal y las estatales han incurrido en la ilegalidad al judicializar las convocatorias, violentando la presunción de inocencia y discriminando a autores con base en acusaciones o estigmatizaciones prejuiciosas, es decir, que no han sido sometidas a juicio pleno de la autoridad competente. Imponen ilegalmente al participante la obligación extrajudicial de firmar cartas responsivas infamantes que lesionan la dignidad y honorabilidad del o la participante.
El enfoque debe ser siempre el respeto por la dignidad de las personas. Las secretarías o direcciones de cultura, pertenecen al Poder Ejecutivo, no son agencias del ministerio público. Lo que debe prevaler y defenderse es la ampliación de oportunidades, la transparencia en los procesos y la garantía de que el dinero público se invierta en la dignificación de la vida de los hacedores artísticos, no en estigmatizar a nadie ni en limitar su derecho a la cultura.