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Ciudad de México.- En Palacio Nacional, Claudia Sheinbaum presentó su próxima visita a Washington como un simple viaje “breve”, casi administrativo, para asistir al sorteo de la Copa del Mundo 2026. Pero detrás de esa narrativa ligera aparece una agenda diplomática comprimida, poco transparente y con el toque ya recurrente de la improvisación.
La presidenta informó que sostendrá reuniones “pequeñas” —así las llamó— con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y con el primer ministro canadiense, Mark Carney. Y aunque se trata de los dos socios estratégicos más relevantes de México, Sheinbaum enmarcó los encuentros como si fueran pausas entre un acto deportivo y otro.
El viaje arranca esta tarde, a bordo de un avión de la Sedena, decisión atribuida a los “tiempos de ida y vuelta”. La mandataria pernoctará en un hotel, asistirá al evento de FIFA en el Kennedy Center y regresará casi de inmediato. Según su descripción, el sorteo “dura como cuatro minutos”, lo que deja la impresión de que la diplomacia norteamericana se ajustó a la duración de una extracción de bolitas.
La eficiencia logística puede ser virtud, pero aquí parece bordeando la trivialización. Sheinbaum no explicó qué temas abordará con Trump o Carney, si llevará alguna posición prioritaria o si el encuentro será simplemente para la foto. En un momento de tensiones migratorias, renegociaciones técnicas del T-MEC y discusiones de seguridad que demandan claridad, la presidenta optó por una comunicación que reduce la visita al nivel de trámite futbolero.
Después de la ceremonia, Sheinbaum sostendrá una reunión con la comunidad mexicana en Washington. Luego, regreso exprés para estar “temprano” en la celebración por los siete años de la llamada transformación en el Zócalo. La diplomacia internacional, nuevamente, subordinada al calendario político interno.
El tono de la conferencia reforzó esa sensación. La presidenta habló más sobre descansos de fin de semana y posibles “vacaciones para los reporteros” que sobre el contenido de sus encuentros bilaterales. Y mientras ella vuela a Washington, será la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, quien encabece la “mañanera del pueblo”.
El viaje, presentado como mero protocolo, deja un sabor incierto: reuniones de alto nivel tratadas como si fueran un trámite entre el aeropuerto y un evento deportivo. Un estilo que empieza a normalizarse: diplomacia comprimida, prioridades difusas y un discurso que minimiza lo que debería explicar.