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Ciudad de México.- Luego de presumir encuestas que la mantienen en la cumbre de la popularidad presidencial, Claudia Sheinbaum volvió a cerrar filas en torno al relato oficial: el movimiento al que pertenece —dijo— es tan “grande” que no puede ser amenazado por las campañas que circularon tras las protestas del sábado. Para la presidenta, el creciente malestar que se organiza en redes sociales no es síntoma de ruptura, sino simple ruido digital.
Sobre la convocatoria para repetir la marcha el 20 de noviembre —atribuida a jóvenes de la llamada Generación Z— Sheinbaum fue tajante: ese día toca desfile militar, y con él, respeto “a lo que representa el Ejército mexicano”. Una advertencia velada en medio de la disputa por el espacio público y la narrativa histórica.
La mandataria aprovechó para enhebrar una clase exprés de pacifismo revolucionario: recordar a Madero, rechazar la violencia y reiterar que el pueblo “es muy inteligente” y que, pese a cualquier campaña crítica, sabe que vive “una transformación en beneficio del pueblo”. En su discurso, empresarios, clase media, sectores populares, e incluso niñas y niños, forman parte de un bloque homogéneo que, insiste, no se fractura por protestas incómodas.
Consultada sobre las versiones que apuntan a que los grupos violentos del sábado podrían estar ligados a Morena, Sheinbaum no titubeó: “no pertenecen a nuestro movimiento”. Y, como ya había hecho el lunes, lanzó preguntas a la Fiscalía capitalina sobre si se trató de “grupos pagados”, sin más sustento que la insinuación desde el poder.
Para blindar su postura, la presidenta echó mano de su biografía política. Contrapuso las manifestaciones “cientos de veces” en el Zócalo —todas, según ella, pulcramente pacíficas— frente a los incidentes del sábado. Relató marchas sin vidrios rotos y sin pintas, desde los años 80, hasta el CEU, del que formó parte. En su reconstrucción, la disciplina y la limpieza fueron claves del “movimiento triunfante”.
Incluso evocó un episodio durante el gobierno de Felipe Calderón, cuando —afirma— la policía federal intentó reprimir una protesta de mujeres. Como contraste moral, relató cómo ellas se sentaron en el suelo, entonaron el himno y “se retiraron las policías”. Así, Sheinbaum definió el estándar que exige hoy a las manifestaciones… aun cuando los propios movimientos sociales del país han señalado prácticas de contención y criminalización bajo los gobiernos de la llamada Cuarta Transformación.
En su cierre, la presidenta volvió al mantra: ella tocó miles de puertas para defender al petróleo sin recurrir jamás a la violencia. Y sobre esa imagen de pureza militante sostiene su condena: “Jamás vamos a estar a favor de la violencia”.
Una declaración contundente, pero que no disipa las tensiones crecientes entre un gobierno que apela a la legitimidad de las urnas y una sociedad donde, cada vez más, las calles y las redes se cruzan para disputar la narrativa del poder.