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Ciudad de México.- En un Zócalo repleto y cuidadosamente preparado para exhibir músculo político, la presidenta Claudia Sheinbaum optó por un discurso que refuerza las estrategias más desgastadas —aunque aún efectivas— de la 4T: victimismo, polarización y el uso recurrente del “pueblo” como escudo frente a cualquier cuestionamiento.
Con la plaza llena de simpatizantes trasladados desde distintos estados, Sheinbaum aseguró que ni las “alianzas con el conservadurismo nacional y extranjero” ni las “campañas sucias pagadas en redes sociales” lograrán “vencer al pueblo de México ni a su Presidenta”. Un mensaje que, más que contraste político, busca blindar a su administración mediante la construcción de un enemigo permanente al que puede responsabilizar de toda crítica, duda o inconformidad.
El discurso estuvo cargado de frases que apelan a la épica revolucionaria: “cuando las causas son justas… la justicia prevalece”, afirmó, mientras la multitud coreaba “¡no estás sola!”. Pero la insistencia en que sólo la 4T representa la justicia y la razón es, en sí misma, una posición excluyente y peligrosa en un país diverso y políticamente plural.
Sheinbaum habló de un “gobierno honesto y cercano a la gente” y de una modernidad “que se levanta desde abajo”, sin detenerse en las sombras que también acompañan a su administración: la inseguridad que no cede, la centralización excesiva del poder y la utilización evidente de la narrativa oficial para fortalecer lealtades más que para informar.
Aunque la presidenta sostuvo que “México ya cambió” y que el país no volverá a los tiempos de privilegios, su mensaje repitió el recurso discursivo más característico del lopezobradorismo: dividir al país entre un “pueblo bueno” y un bloque enemigo amorfo —conservadores, comunicadores, élites, extranjeros— que supuestamente conspira contra el gobierno.
Al afirmar que “no vencerán al pueblo ni a su Presidenta”, Sheinbaum se coloca en una posición mesiánica, como si cualquier crítica fuera un acto de traición o un intento de descarrilar la transformación. Ese binarismo político, funcional para movilizar bases, debilita la deliberación democrática y reduce el espacio para la pluralidad.
El cierre del discurso fue una reafirmación de la misión que la 4T dice encabezar: consolidar el “segundo piso de la transformación”. Pero la falta de autocrítica y la insistencia en gobernar desde la lógica del mitin y la épica popular revelan otra cosa: la permanencia de un proyecto que necesita enemigos constantes para sobrevivir políticamente.
Si la 4T quiere realmente mostrar un país que “ya cambió”, tendría que empezar por renunciar justamente a ese viejo recurso del poder en México: convertir la plaza pública en trinchera, el gobierno en movimiento y la crítica en conspiración.