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Murió Alejo Zavala, el obispo que incomodó al poder y acompañó a los pueblos de la Montaña

El anuncio fue hecho por la propia diócesis a través de un escueto comunicado que apenas aludió a su muerte “a las 2:50 de la mañana” en el Hospital de la Salud.

Alejo Zavala, aliada de los pueblos indígenas.

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Chilpancingo, Guerrero.- El obispo emérito de la diócesis de Chilpancingo-Chilapa, Alejo Zavala Castro, falleció la madrugada de este domingo a los 83 años, en un hospital de Morelia, Michoacán, sin que se precisaran las causas.

El anuncio fue hecho por la propia diócesis a través de un escueto comunicado que apenas aludió a su muerte “a las 2:50 de la mañana” en el Hospital de la Salud. Ahí mismo se informó que sus restos son velados en la capilla de Nuestra Señora de la Natividad, donde el prelado prestaba servicio pastoral.

Zavala, nacido en Galeana, Michoacán, el 31 de diciembre de 1941, fue ordenado sacerdote en 1966. En 1992, el papa Juan Pablo II lo nombró primer obispo de la recién creada diócesis de Tlapa, en el corazón de la Montaña guerrerense, una de las regiones más pobres y violentas del país. Desde ese espacio, donde el Evangelio se confunde con el polvo y el hambre, comenzó a tejer un discurso incómodo: el de la Iglesia como aliada de los pueblos indígenas y campesinos, no del poder político ni de las élites eclesiásticas.


Una voz pastoral en tiempos de guerra

Durante su gestión en Tlapa y, más tarde, en Chilpancingo-Chilapa (2006–2015), Zavala Castro se convirtió en una figura incómoda para el Estado. Respaldó públicamente a organizaciones como el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan y a la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC), estructuras que nacieron del abandono gubernamental y de la violencia estructural en Guerrero.

En 1994, impulsó el Plan Pastoral Diocesano, un documento que definía como objetivo “luchar contra los mecanismos de muerte y construir una sociedad justa en la Montaña”. A partir de ese plan surgió el mandato que dio origen a Tlachinollan, encargado de “promover y defender los derechos humanos de la población indígena”.

Mientras otros prelados optaban por el silencio o la prudencia política, Zavala caminó al lado de las comunidades que crearon su propia policía comunitaria. En 2013, recordó:

“El éxito de la policía comunitaria está en la organización de los pueblos, no en las armas. Me parece bien que la gente se defienda no con violencia, sino con organización.”


El obispo frente al infierno guerrerense

Su renuncia al cargo, en 2015 —como exigen las normas canónicas al cumplir 75 años—, ocurrió en medio del estallido social por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Zavala dejó el cargo, dijo entonces, “con profunda tristeza, por la situación de violencia que vive la entidad”.

Ese año, Guerrero encabezaba las estadísticas nacionales de homicidios. Acapulco y Chilpancingo figuraban entre las ciudades más violentas del país, según el Instituto para la Economía y la Paz, y el clero enfrentaba amenazas constantes. Pese a ello, el obispo se sumó públicamente a las protestas por la presentación con vida de los normalistas y acompañó marchas encabezadas por los padres de las víctimas.

En octubre de 2014 convocó, junto a otros sacerdotes, una peregrinación desde Ayotzinapa hasta Chilpancingo, donde celebró una misa frente a miles de manifestantes. Su imagen —una sotana blanca entre pancartas y consignas— sintetizaba la posición de una Iglesia minoritaria, crítica, más cercana al dolor que al poder.


Entre la ortodoxia y la rebeldía

Zavala Castro también tuvo roces con las estructuras tradicionales de la Iglesia. En 2011 excomulgó al exalcalde de Mártir de Cuilapan, Crisóforo Nava Barrios, por invitar a un obispo cismático a oficiar misa. Aun así, su autoridad moral se mantuvo firme entre los fieles y el clero local, donde fue reconocido por su austeridad y su cercanía con los pueblos.

El obispo que en la Montaña habló de derechos humanos y justicia social, murió lejos de ella, en Michoacán. Pero su legado —el de una Iglesia que se atreve a mirar a los pobres sin miedo— permanece en las comunidades que lo acompañaron y en las organizaciones que defendió cuando ser defensor en Guerrero equivalía a una sentencia de muerte.


“La fuerza de don Alejo Zavala estuvo en su congruencia”, escribió el Centro Tlachinollan al conocer la noticia. “Fue un pastor que supo caminar junto al pueblo, aun en medio de la guerra.”

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