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Ciudad de México. — Lo que pudo ser una ceremonia discreta de reconocimiento a uno de los poetas más lúcidos y constantes de la literatura mexicana contemporánea, terminó por convertirse en un escaparate político cuidadosamente coreografiado por Ricardo Monreal Ávila, presidente de la Junta de Coordinación Política (Jucopo) de la Cámara de Diputados.
Este miércoles, en el Palacio Legislativo de San Lázaro, Monreal encabezó la entrega del Premio Excelencia en Letras de Humanidad 2025 al escritor Marco Antonio Campos, un premio dado en opacidad y la arbitrariedad absoluta pues no se consultó a nadie. El acto fue organizado en colaboración con el Instituto Cervantes y concebido —en apariencia— como un puente entre política y cultura. Sin embargo, el evento tuvo más del tono ceremonial de una puesta en escena institucional en torno a la figura del legislador zacatecano, que del homenaje íntimo que merecía el poeta.
La cultura como vitrina política
Monreal aprovechó la ocasión para presentarse no sólo como mediador político, sino como promotor cultural de Estado. Su discurso, cargado de metáforas y de una retórica humanista poco habitual en los salones parlamentarios, giró más en torno a la importancia del Congreso como guardián de la palabra y a la necesidad de políticas culturales “sostenidas y duraderas”, que al reconocimiento concreto de la trayectoria de Campos.
“El Congreso debe ser aliado permanente del sector cultural”, dijo Monreal, para luego afirmar que un país sin poetas “renuncia a una parte de sí mismo”. En el fondo, su mensaje pareció más un ensayo de legitimación moral del poder legislativo, en un momento en que el propio Congreso atraviesa por una severa crisis de confianza pública.
No fue casual que el evento, transmitido en redes oficiales, mostrara a Monreal como figura central en un escenario simbólico: cultura, institucionalidad y reconciliación —las tres palabras con las que busca reconstruir su perfil político tras años de tensiones dentro de Morena.
Campos, entre el reconocimiento y la sombra del protocolo
El homenajeado, Marco Antonio Campos, autor de Muertos y disfraces, Viernes en Jerusalén y Dime dónde, en qué país, recibió el premio con sobriedad. En su discurso “Poesía y Humanismo”, recordó que desde el siglo XIX “el dios principal de los hombres se volvió el dinero”, una reflexión que resonó en el recinto legislativo como un eco incómodo.
Campos habló de dignidad, resistencia y del papel marginal del poeta frente al poder, en un espacio —el Congreso— históricamente dominado por la retórica política antes que por la palabra poética. Su alocución, sin buscarlo, contrapuso el valor de la poesía como acto ético frente a la instrumentalización simbólica del arte por la política.
Un premio con más forma que fondo
El acto fue presentado como una colaboración entre la Cámara y el Instituto Cervantes, y se anunció como parte de una “nueva política cultural” del Poder Legislativo. Pero detrás de la narrativa oficial, el evento encaja en una estrategia que Monreal ha desplegado en los últimos meses para reposicionarse como figura de conciliación y humanismo político, de cara a un escenario electoral que lo mantiene activo pese a su aparente retiro del primer círculo del poder.
La presencia de figuras como Luis García Montero, director del Cervantes, y Eduardo Vázquez Martín, del Antiguo Colegio de San Ildefonso, dio lustre cultural a una ceremonia que, en los hechos, sirvió más para legitimar al legislador que para celebrar al poeta.
El eco de una vieja tradición
No es la primera vez que un político busca refugio en el prestigio de la cultura para redimirse ante la opinión pública. Desde los años setenta, los gobiernos mexicanos han hecho del arte un espejo moral de la República. En ese sentido, el gesto de Monreal no desentona con la tradición del viejo priismo: usar la palabra poética como escenografía del poder.
El propio discurso del diputado, plagado de alusiones a López Velarde y a la “estirpe mayor de la poesía mexicana”, pareció más una autopresentación como hombre ilustrado y sensible que una valoración literaria genuina.
Entre letras y cálculo
El homenaje a Marco Antonio Campos deja, así, una doble lectura: la de un país que todavía reconoce el valor de sus escritores, pero también la de una clase política que encuentra en la cultura una herramienta de legitimación simbólica.
Mientras el poeta habló de la soledad del creador frente al poder y de la dignidad de resistir el desdén, Monreal habló de institucionalizar la palabra como “bien público”. Dos visiones opuestas de la misma mesa: una mirada poética al mundo, y otra, política, al espejo.