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Migración: Antídoto y fuerza | INFORME PENINSULAR

Criminalizar la migración no es solo una postura política miope; es, en un sentido profundo, un acto contra natura y contra la evidencia histórica y económica.

No hay civilización sin migración.

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Por: Eduardo Serna


¿Existe algún país en el mundo que no haya sido marcado y modelado por la migración humana? Esta pregunta no es retórica, sino un recordatorio de nuestra propia esencia. Desde el principio de la historia, la migración ha sido una constante, tan natural como la de aves, peces o mariposas. El ser humano es, en su raíz, un ser en tránsito, primero en busca de geografías más hospitalarias; luego, impulsado por guerras, conflictos políticos y, más recientemente, por la urgente escasez de tierra fértil, agua y justicia. A lo largo de los siglos, civilizaciones enteras se han fundado sobre estos desplazamientos. El comercio global, desde las antiguas rutas de la seda hasta las cadenas de suministro modernas, se ha alimentado del tránsito constante de personas y productos.

Criminalizar la migración no es solo una postura política miope; es, en un sentido profundo, un acto contra natura y contra la evidencia histórica y económica. La estigmatización del migrante suele funcionar como un mecanismo perverso e hipócrita; es convertirlo en un chivo expiatorio útil para distraer la atención de políticas fracasadas, desigualdades estructurales y carencias propias de los sistemas que, antes de hacer políticas públicas que beneficien a la mayoría, inventan enemigos y narrativas que inician "cacerías de brujas".

La paradoja raya en lo cínico cuando se observa que muchos de los principales impulsores de políticas antiinmigración son herederos de un pasado de despojo, ya sea mediante conquistas o colonización, o son poseedores de complejos financieros e industriales o megabancos, que contribuyen a desestabilizar regiones con la venta de armas o con prácticas extractivistas que envenenan tierras y aguas, creando así las mismas condiciones de inhabitabilidad que luego fuerzan a millones a migrar.

Frente a la narrativa del miedo hacia los migrantes, los datos ofrecen un contrapunto demoledor. La migración es, ante todo, un formidable motor económico. Según la CEPAL, en 2015 la contribución de los migrantes al Producto Interno Bruto mundial ascendió a aproximadamente 6.7 billones de dólares, lo que equivale al 9.4% de la economía global. Este no es un fenómeno marginal, sino central. El Fondo Monetario Internacional añade que, entre 1990 y 2015, la mitad del crecimiento de la población en edad activa en las economías avanzadas se debió a la inmigración. Lejos de ser una carga, los migrantes son un pilar de la dinámica demográfica y la productividad.

Este impacto se vive de manera muy concreta en el caso de la migración mexicana hacia Estados Unidos (EU), a menudo satanizada por los mismos sectores que más se benefician de ella. Las cifras hablan por sí solas:

Se estima que en 2024, la contribución de las personas de origen mexicano a la economía estadounidense alcanzó los 781,200 millones de dólares al PIB. Esta comunidad, de aproximadamente 38.4 millones de personas, contribuye además con alrededor de 324,000 millones de dólares anuales al erario estadounidense en concepto de impuestos. Históricamente, los migrantes latinoamericanos han cubierto el 38% de la escasez de mano de obra en EU entre 2000 y 2015, con mexicanos y centroamericanos representando más del 80% de esa fuerza laboral esencial. Mientras una parte de la narrativa política promueve el rechazo, la realidad muestra una economía que se sustenta de manera crítica en el trabajo, la iniciativa y el consumo de estas comunidades. Los negocios de propiedad mexicana crecen a un ritmo tres veces mayor que el promedio nacional, demostrando un espíritu empresarial que genera empleo e innovación.

Más allá de su indispensable aportación económica, la comunidad mexicana en Estados Unidos demuestra un compromiso profundo y duradero con su nuevo hogar a través de la integración cívica. Los migrantes mexicanos constituyen el grupo más numeroso de nuevos ciudadanos naturalizados en el país. Según datos de 2023, representaron el 13% de todas las personas que obtuvieron la ciudadanía estadounidense ese año, siendo el grupo de origen más grande por encima de India o Filipinas. Este paso no se da a la ligera: los mexicanos son, junto con los canadienses, los inmigrantes que esperan más tiempo como residentes permanentes antes de naturalizarse, con una mediana de 10.4 años, lo que refleja una decisión meditada y un arraigo a largo plazo. Esta adquisición masiva de la ciudadanía no solo es un acto de pertenencia, sino que también consolida su poder político y su voz en la sociedad que ayudan a construir.

Sin embargo, reducir la migración a su dimensión económica sería traicionar su verdadera magnitud. Su mayor fortaleza es el poder transformador del aporte cultural. Cuando un grupo migrante se establece, no solo lleva sus manos para trabajar; lleva su memoria, sus sabores, su música, su forma de entender la comunidad y la vida. La Organización Internacional para las Migraciones documenta innumerables ejemplos, desde el restaurante que introduce la rica y tradicional cocina mexicana, que se hereda de generación en generación, hasta la orquesta venezolana o cubana que renueva la escena musical. Este intercambio silencioso y cotidiano teje un nuevo patrimonio cultural compartido. La CEPAL define el impacto sociocultural de la migración como "notoriamente positivo".

La historia nos da lecciones de largo alcance. Tras la Segunda Guerra Mundial, millones de europeos desplazados reconstruyeron sus vidas y contribuyeron al florecimiento de nuevas sociedades en otros países. Otros capítulos fueron muy diferentes, involucrando el despojo sobre pueblos originarios; estos casos nos alertan sobre los abusos que pueden disfrazarse bajo la colonización, una de las más terribles en la actualidad es el de la colonización de Palestina y el inhumano exterminio de su gente, que no ha podido frenar la comunidad internacional.

Las retóricas de temor al cambio demográfico alimentan políticas de contención despiadadas. Pero, como en su momento ocurrió con las culturas de Roma y Grecia, cuyo legado intelectual y artístico sobrevivió siglos al dominio militar, la cultura migrante, arraigada y resistente, posee una fuerza de influencia que los muros no pueden contener.

La migración no es una crisis por gestionar, sino una realidad histórica por comprender y encauzar. No es una fuga de recursos, sino una fuente de renovación demográfica, dinamismo económico y riqueza cultural. Criminalizarla es negar nuestra propia historia. Reconocerla como lo que es, un antídoto contra el estancamiento y una fuerza de transformación y renacimiento, es el primer paso para construir sociedades más justas y prósperas. Como siempre, lo invito a reflexionar y tomar acción.

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