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Por: Jeremías Marquinez.
El presente artículo examina el proceso contemporáneo de banalización de la poesía, fenómeno que diversos autores —en particular Octavio Paz en El arco y la lira— han asociado a persistentes malentendidos en torno al surrealismo. Bajo el presupuesto, típicamente moderno, de que la poesía podría democratizarse sin comprometer su espesor ontológico, se extendió la consigna según la cual “cualquiera puede ser poeta”. Frente a esta deriva, el presente trabajo defiende que la poesía presupone una donación originaria —un deber sagrado más próximo a una epíphaneia que a una habilidad técnica o expresiva— cuya recepción constituye la condición de posibilidad de la experiencia poética en sentido fuerte.
Tomando como marco conceptual fuentes filosóficas clásicas (Platón y la figura de Sócrates en el Fedón) y modernas (Mallarmé, los surrealistas, Paz), argumentamos que la poesía no puede ser comprendida como mera technē ni como una práctica performativa inscripta en el régimen contemporáneo de la visibilidad, sino como la respuesta a un llamado interior cuya estructura es análoga al daimón socrático. Se evidencia además que la creciente popularización de la poesía —acelerada por la digitalización y por prácticas pedagógicas de corte improvisado— ha conllevado un empobrecimiento conceptual, estético y espiritual del oficio.
Surrealismo, automatismo y democratización poética
El surrealismo, en tanto experimentación con la escritura automática, fue interpretado por amplios sectores como dispositivo de libre acceso a la creación poética. Paz advierte que esta lectura condujo a la “banalización” del oficio, al confundir la suspensión de la voluntad con un procedimiento universalmente accesible. No obstante, para Mallarmé y Breton el automatismo no constituía un facilismo, sino un régimen de máxima exigencia interior: una técnica destinada a violentar la voluntad, anular el yo empírico y sostener una “actividad pasiva” alcanzable únicamente por sujetos dotados de una particular disposición ontológica.
En este sentido, la supuesta democratización del automatismo constituye una profunda incomprensión de su pathos originario.
El estatuto del poeta en la antigüedad griega
Para Platón, el poeta auténtico no es un technítes (artesano), sino un guardián de la alétheia (desocultamiento). En sus orígenes arcaicos —encarnados por el aoidós y el sophós— la poesía se inscribía en el orden de los acontecimientos de verdad, es decir, en la manifestación epifánica de lo real a través de la palabra rítmica.
En el siglo IV a. e. c., sin embargo, los poētḗs (literatos) y los sofistas desplazaron estas figuras, sustituyendo al custodio de la verdad por el técnico de la persuasión: un profesional del pathos, interesado en producir emoción, prestigio y capital simbólico. Para Platón, esta mutación representa una destitución del carácter sagrado del lenguaje y del vínculo originario entre palabra y ser.
Donación, talento y mousikē
En el Fedón, Sócrates atribuye su tardía incursión poética a un mandato onírico que lo exhorta a dedicarse a la mousikē (poesía, danza, música). No se trata de una decisión del yo deliberativo, sino de una donación: un imperativo recibido que funda un deber previo a toda apropiación subjetiva. De aquí se deriva una distinción esencial:
• El don posee carácter singular, intransferible y perdurable; instituye una vocación ontológica.
• El talento pertenece al ámbito de la técnica y la habilidad, y puede perfeccionarse o perderse.
El talento puede enseñarse; el don no. La poesía, en cuanto manifestación epifánica de la palabra, pertenece a la esfera del don y no a la de la technē.
El error conceptual de la democratización poética
La modernidad tardía —y, con mayor agudeza, la hipermodernidad digital— ha exacerbado la figura del sujeto productor mediante slogans como “todos somos creadores” o “todos somos poemas”. Esta retórica transforma la poesía en un dispositivo de autoafirmación y autoexplotación, inserto en la economía contemporánea de la visibilidad. En tal marco, la obra se reconfigura en términos de performance, “marca personal” y capital simbólico, desplazando la dimensión ontológica del acto poético.
La proclama de que “todos somos poetas” confunde accesibilidad con posibilidad ontológica. La poesía exige un llamado interior —la donación socrática— cuya universalización es imposible sin destruir su propia estructura. Los manifiestos del siglo XX radicalizaron esta confusión al trasladar la exigencia poética al plano de la igualdad política, produciendo así un equívoco decisivo: la igualdad cívica no implica igualdad poética.
De este equívoco deriva la inflación contemporánea de “poetas”, talleres de “escritura creativa”, premios y becas sostenidos por una crítica debilitada o cooptada.
Impropriedad y espectacularización
El panorama actual puede caracterizarse por un triple deterioro:
- Conceptual: la poesía se reduce a expresión personal o herramienta terapéutica; pierde su relación constitutiva con la alétheia.
- Estético: la exigencia formal se diluye; cualquier enunciado se legitima como poema.
- Espiritual: se eclipsa el carácter sagrado de la palabra y su función de custodia del ser.
Este deterioro se ve intensificado por la proliferación de aplicaciones de escritura, academias digitales y métodos de producción textual que reducen el poema a un algoritmo replicable.
En clave heideggeriana, la impropiedad (Uneigentlichkeit) designa un modo de existencia que se sustrae a sí mismo. Muchos “poetas” actuales operan bajo esta lógica: buscan el impacto inmediato, el tema trendy, la victimización como estrategia estética. Este último rasgo resulta particularmente opaco para quienes aún consideran que la poesía puede identificarse con el discurso militante o con la denuncia testimonial. En tales casos, el resultado es una literatura menor, legitimada por la ignorancia crítica.
Iris Murdoch subraya que la diferencia entre buena y mala literatura no reside únicamente en el estilo o la técnica, sino en la veracidad moral y en la capacidad del arte para trascender el yo e ingresar en la realidad del otro. “El mal poeta da salida a la obsesión personal… sin consideración por la verdad”. “El sentimentalismo es idealización sin obra”. Tales sentencias deberían constituir criterios normativos para la evaluación estética.
“El buen arte —y, por extensión, la buena poesía— es aquel que resiste con mayor eficacia los malos propósitos del autor”. La mala literatura, en cambio, empobrece la experiencia moral. La incapacidad creciente para reconocer la mala poesía obedece a la erosión de parámetros éticos: proliferan la obsesión, el narcisismo, la envidia, la violencia verbal, el resentimiento y la sed de venganza. Si la poesía es un modo de conocimiento, ¿qué clase de conocimiento se produce en los textos ya analizados en trabajos anteriores? Su producción responde no al ser de la poesía, sino al ego, la autopromoción y la lógica algorítmica. En esta economía afectiva, el “like” opera como criterio moral y estético. La buena poesía, por el contrario, es apertura: hace visible no las estructuras del yo, sino el ser que somos.
La exigencia poética como phármakon
La advertencia socrática —“para ser verdaderamente poeta no basta hacer discursos en verso; es preciso inventar ficciones”— funciona como phármakon: remedio y veneno frente al facilismo contemporáneo. Tal phármakon recuerda que la poesía no es técnica, sino imaginación creadora, y que esta no puede enseñarse porque procede del don y no del talento. Quien carece del don podrá generar versos, pero no poesía.
Cuando Sócrates apela a las ficciones, recurre al verbo ἐπινοῶ (epinoó), cuyo espectro semántico incluye no sólo inventar o idear, sino engendrar conceptualmente aquello que todavía no ha ingresado en el ámbito de lo existente. Se trata de un gesto inaugural: hacer advenir lo que carecía de precedente. La ficción así entendida no puede confundirse con la mera producción de relatos fantásticos (μυθιστόρημα / mythistoríma), fruto de una pseudoindagación que se apropia de experiencias ajenas para revestirlas de un ropaje lírico. La Poesía, en su sentido fuerte, no coincide con el relato, sino que se despliega en un espacio liminar entre lo impensado y lo que exige ser pensado. El relato, utilizado como “recurso poético”, ocupa sólo la periferia desde la cual la Poesía puede —o no— insinuarse.
Algunos resultados
Los datos conceptuales presentados permiten reconfigurar la problemática contemporánea de la poesía a partir de una pregunta fundamental: ¿qué significa ejercer un oficio cuyo fundamento es una donación?
Si la poesía no es técnica ni autoexpresión, sino un deber sagrado, la mayor parte de la producción actual queda excluida de lo poético en sentido estricto. La inflación de “poetas” constituye el síntoma de una cultura que ha perdido el sentido de lo sagrado y ha transmutado la palabra en mercancía emotiva.
Además, la confusión entre don y talento sostiene la ilusión de que el oficio poético pueda aprenderse mediante talleres, tutoriales o dispositivos tecnológicos. Al no ser technē, la poesía no puede institucionalizarse sin traicionar su propia esencia.
El análisis sugiere igualmente que la hipermodernidad ha intensificado la impropiedad del poeta, sometido ahora a algoritmos de visibilidad, dinámicas de autoexplotación y estetización del trauma. De este modo, la poesía se desplaza hacia la literatura-espectáculo, donde el poema deja de funcionar como acontecimiento de verdad para convertirse en un producto cultural más.
Conclusiones
- El surrealismo contribuyó a la banalización de la poesía sólo en la medida en que fue malinterpretado como método universalmente accesible; su dificultad intrínseca desmiente esa lectura.
- La poesía exige una donación y no un simple talento. El llamado —análogo al mandato socrático de la mousikē— no puede universalizarse sin destruir su estructura ontológica.
- La democratización poética y la cultura digital han favorecido la proliferación de productos literarios sin oficio esencial, sustituyendo el trabajo poético por una estética de la autoexplotación.
- El deterioro contemporáneo de la poesía se explica por la pérdida de su carácter sagrado y por la sustitución del aoidós/sophós por el poētḗs-technítes.
- No todos pueden ser poetas: no por elitismo, sino por la naturaleza misma de la poesía como don. Lo contrario es conceptualmente inconsistente y estéticamente nocivo.
- La recuperación del sentido poético exige un retorno a su raíz: la alétheia como desocultamiento y la palabra como lugar de aparición del ser. Toda pedagogización, monetización o popularización de este deber sagrado conduce a su degradación.
Bibliografía
- Breton, André. Manifeste du surréalisme. París: Gallimard, 1924.
- Deleuze, Gilles. Lógica del sentido. Trad. Miguel Morey.2005. Paidos Ibérica Ediciones S.A.
- Han, Byung-Chul. La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder, 2012.
- Heidegger, Martin. Ser y tiempo. Trad. J. Gaos. México: FCE, 1951.
- Mallarmé, Stéphane. Crise de vers. París: Gallimard, 1935.
- Marion, Jean-Luc. Étant donné. Essai d’une phénoménologie de la donation. París: PUF, 1997.
- Murdoch, Iris. La ética y la imaginación. Revista Internacional de Filosofía, nº 60, 2013, traducción de Carles Morer. Ensayo publicado bajo el título «Ethics and Imagination» en The Irish Theological Quarterly, nº 52, marzo 1986, pp. 81-95. Una versión un poco diversa y titulada «Imagination» se encuentra en Metaphysics as a Guide to Morals, Londres, Chatto and Windus, 1992, pp. 308-348.
- Paz, Octavio. El arco y la lira. México: FCE, 1956.
- Platón. Fedón. En Diálogos. Trad. C. García Gual. Madrid: Gredos, 1993.
- Platón. La República. Trad. J. Calonge. Madrid: Gredos, 1986.
- Snell, Bruno. The Discovery of the Mind. Oxford: Oxford University Press, 1953.
Anexos filológicos
A.1. Alétheia (ἀλήθεια)
- Significa “desocultamiento”, “no-olvido”.
- En poesía arcaica implica la manifestación de lo real a través de la palabra.
- No equivale a “verdad” en sentido proposicional.
A.2. Aoidós (ἀοιδός)
- El cantor inspirado; depositario de memorias míticas.
- Figura anterior al poeta literario (poētḗs).
- Su palabra es performativa y ritual.
A.3. Sophós (σοφός)
- “El sabio”, pero también “el que sabe hacer aparecer”.
- Vinculado al saber práctico y al cuidado de la palabra.
A.4. Poētḗs (ποιητής)
- Literalmente “hacedor”.
- En época clásica designa al productor de discursos métricos; pierde la función epifánica del aoidós.
A.5. Technítes (τεχνίτης)
- Artesano que domina una technē (técnica).
- Para Platón, el poeta degenerado se convierte en technítes de emociones.
A.6. Mousikē (μουσική)
- Actividad de las Musas: incluye poesía épica, lírica, drama, danza y música.
- No es “música” en sentido moderno; es educación del alma.