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México confirma, una vez más, que es un país con dos realidades económicas: una pequeña franja que crea riqueza y un territorio mucho más amplio que apenas sobrevive. Según el PIB por Entidad Federativa 2024 del Inegi, solo 11 entidades generan el 66.7% de toda la riqueza nacional. El resto del país —más de la mitad del territorio y la población— permanece atrapado en un estancamiento crónico.
La Ciudad de México encabeza la lista como una maquinaria económica descomunal: por sí sola produce el 15% del PIB, impulsada por servicios financieros, corporativos y administrativos que no tienen equivalente en el resto del país. Le siguen el Estado de México (9.1%) y Nuevo León (8.1%). Juntas, estas tres entidades concentran casi un tercio de la economía mexicana.
Detrás de ellas se alinean Jalisco, Guanajuato, Veracruz, Baja California, Chihuahua, Coahuila, Puebla y Sonora, todos ellos parte del México industrial o del México de corredores exportadores. Son, en esencia, los únicos territorios donde se genera valor sistemáticamente.
El resto del país: crecimiento insuficiente, desarrollo inexistente
Aunque el PIB nacional creció apenas 1.4% en 2024, el avance no alcanzó para cerrar brechas ni mucho menos para cambiar el mapa del rezago.
Sí: Oaxaca (5.4%), Zacatecas (4.9%) y Durango (4.7%) encabezaron el crecimiento. También avanzaron Guanajuato (4.0%), Yucatán (3.9%), Baja California Sur y Puebla (3.5% cada uno), Nuevo León (3.4%), Veracruz (3.1%), Hidalgo (2.8%) y Chiapas (2.7%).
Pero incluso los estados que más crecieron siguen lejos de convertirse en motores de desarrollo. En la mayoría de ellos, el crecimiento proviene de obras temporales, repuntes coyunturales, turismo o sectores primarios, no de actividades productivas capaces de sostener prosperidad.
Mientras tanto, nueve estados retrocedieron y Baja California ni siquiera mostró variación: más señales del letargo estructural.
Un modelo económico que se repite… y se agrava
Los datos confirman algo que los gobiernos han evitado enfrentar durante décadas:
México es una economía profundamente centralizada, desigual y territorialmente rota.
Las regiones más pobres no se incorporan a circuitos de valor; dependen de remesas, programas sociales o actividades informales; carecen de infraestructura estratégica; y jamás han sido parte real del proyecto exportador.
El resultado es un país donde:
- Más del 60% de la riqueza proviene de solo un tercio del territorio.
- Veinte estados aportan menos del 3% cada uno al PIB nacional.
- La productividad y el ingreso per cápita siguen tan desiguales como hace dos décadas.
¿Y la política pública?
No existe una estrategia nacional que revierta el desequilibrio. Ni el sureste recibe inversiones para crear industria de alto valor, ni el centro profundo es integrado a cadenas productivas, ni las zonas fronterizas del sur han sido consideradas más allá de megaproyectos aislados.
Lo que muestran las cifras es claro: México sigue dividido entre los estados que producen riqueza y los que sobreviven sin ella. Y mientras la economía se sostenga en tan pocos pilares, la desigualdad territorial seguirá marcando el destino del país