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El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado es un acto que, si bien busca reconocer la lucha contra el autoritarismo en Venezuela, está cargado de controversia y ambigüedad, y puede ser interpretado como una intervención política encubierta que no necesariamente favorece una solución democrática y estable en el país. El premio, lejos de ser unánime, cristaliza la profunda polarización y los desafíos de una figura que genera tanta admiración como rechazo.
La falta de consenso y el riesgo de polarización
El Comité Nobel noruego premia la "resistencia" y la "valentía", pero ignora el hecho de que Machado es una figura que históricamente ha representado el ala más radical y menos dispuesta a la negociación de la oposición venezolana.
- Rechazo a la negociación: El énfasis en la confrontación directa, más que en el diálogo inclusivo, podría ser contraproducente. Al premiar a una líder con una postura intransigente, el Nobel puede desincentivar los procesos de negociación —por limitados que sean— entre el gobierno y la oposición. El premio corre el riesgo de ser visto como un aval a la "salida de fuerza" sobre la "salida negociada", complicando cualquier intento futuro de consenso.
- El sesgo de la "causa Apoyada por EU.": Tal como lo señala el analista Halvard Leira, el premio recae sobre una causa que "Estados Unidos ha apoyado con entusiasmo". Esto mancha inherentemente el galardón con un tufo geopolítico. Para una parte de la población venezolana y la comunidad internacional, el Nobel de Machado no es un reconocimiento a la paz, sino una ficha más en el tablero de ajedrez de la política exterior de Washington, restándole legitimidad como símbolo de unidad nacional.
Un reconocimiento incompleto
El Nobel ensalza la figura de Machado sin abordar críticamente el historial y las estrategias que han definido su carrera política, incluyendo su participación en momentos de alta conflictividad y su enfoque político.
- El Mito de la "unidad": Si bien Machado movilizó multitudes, su liderazgo no ha logrado unificar a todas las facciones de la oposición, ni mucho menos a la sociedad venezolana. El premio, al consagrarla como la única defensora legítima de la democracia, eclipsa la labor de otros actores y movimientos sociales que trabajan por la paz y la reconstrucción desde bases menos confrontacionales.
- Refuerzo de la narrativa de la víctima extrema: El Comité Nobel pone todo su peso en la inhabilitación judicial de Machado. Aunque esta es una violación flagrante de los derechos políticos, el premio puede reforzar una narrativa que beneficia la victimización extrema sin obligar a la oposición a replantearse sus tácticas. En lugar de impulsar un camino práctico y electoral para el futuro, el Nobel solidifica la imagen de la "mártir", que si bien es emocionalmente potente, es políticamente difícil de traducir en gobernabilidad y acuerdos.
Riesgos y consecuencias del Nobel
La dotación del premio, que se produce mientras EE.UU. intensifica acciones militares contra el narcotráfico en la región, subraya una peligrosa mezcla de apoyo moral y presión militarizada.
- Escalada de la tensión: Al ser la "primera venezolana" en obtener el premio, Machado se convierte en el objetivo central del aparato de propaganda del gobierno. El galardón no solo valida su lucha, sino que la expone a mayores riesgos de seguridad y persecución, como lo demuestran los recientes arrestos de su círculo cercano. El Comité la ha colocado en una posición más vulnerable.
- El desperdicio del recurso moral: El Nobel de la Paz es un recurso moral inmenso. Al dárselo a una figura tan polarizante y en medio de un conflicto tan enconado, el Comité ha diluido el potencial unificador que el premio podría haber tenido. Hubiese sido más beneficioso premiar a una organización de derechos humanos o a un movimiento de base que trabaje por la reconciliación, en lugar de a una figura política cuyo éxito es interpretado por una mitad del país como liberación y por la otra como una injerencia hostil.
En conclusión, el Nobel a María Corina Machado es un grito político, no necesariamente una receta para la paz. Es un reconocimiento que polariza, politiza aún más la crisis y corre el riesgo de obstaculizar el camino hacia una transición negociada y estable en Venezuela.