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La tumba de Raúlito: el niño muerto en 1933 que hace 'milagros' en el panteón de Acapulco

Día de Muertos en Acapulco. Apariciones que estremecen: una niña vestida de blanco que deambulaba por las tumbas… hasta que descansó en paz.

La tumba de Raúlito en Acapulco. Foto. Elibeth D' Nicolás.

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Por. Elibeth D' Nicolás Ramos.

Acapulco. En el corazón de la ciudad, un panteón centenario guarda historias que parecen más propias de leyendas que de registros oficiales. Con más de 2.700 tumbas visibles, algunas datan de 1837 y muchas otras han quedado sepultadas bajo el polvo del tiempo, invisibles para quienes recorren sus senderos. Allí trabaja la señora Susana, que durante 38 años ha sido testigo de sucesos que desafían la lógica y la memoria.

“Tenemos una tumba muy relevante”, cuenta Susana, señalando el lugar donde descansan las víctimas del incendio del Teatro Flores, un trágico episodio ocurrido un 14 de febrero en el que murieron cerca de 400 personas. La estructura de madera, impregnada de un líquido inflamable, no resistió la imprudencia de un cigarro, y el teatro ardió en minutos. Las puertas que se abrían hacia adentro se convirtieron en trampas mortales, y el número de víctimas aún se recuerda con respeto y solemnidad.

Panteón histórico de Acapulco. Foto. Elibeth D' Nicolás.

Raúlito el muerto 'milagroso'

Pero no solo la historia se escribe con tragedias. El panteón también es escenario de milagros. Entre flores y juguetes dejados por los fieles, descansa la tumba de Raúl González, un niño que según Susana, ha salvado vidas. Uno de los casos más recordados es el de una niña que estaba al borde de la muerte. Su madre llegó al panteón siguiendo un consejo: pedir la ayuda de un niño sin familia, una práctica que se ha convertido en tradición para quienes buscan consuelo. Tras dos horas de oración y devoción frente a la tumba de Raúl, la niña sobrevivió, y desde entonces el lugar se ha convertido en un sitio de peregrinación, incluso para visitantes de Estados Unidos.

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Señora Susana, cuidadora de tumbas.

La presencia de espectros también forma parte de la leyenda viva del cementerio. Susana recuerda con detalle a una niña que se aparecía entre las tumbas, vestida de blanco, y que solo algunos afortunados pudieron ver. Con la intervención del padre de la iglesia local, la niña finalmente “descansó en paz”, según relatan quienes cuidaban de ella desde el mundo de los vivos.

La tumba de mariachis

El panteón también guarda otras historias fascinantes: la tumba de mariachis que se refleja en la pared, recordatorio de que la música y la cultura acompañan a los muertos, y la de otros niños cuya memoria se mantiene viva gracias a la devoción de visitantes y fieles. Cada objeto colocado en las tumbas —desde triciclos hasta un ventilador— tiene un significado: la expresión tangible de la fe y de los milagros que, para algunos, son tan reales como el polvo que cubre los senderos.

Más de 2.700 tumbas, algunas desde 1837. Foto Elibeth D´Nicolás.

“Todo lo que hay aquí es de ellos. La gente lo deja como muestra de gratitud, y lo reciben los niños del panteón”, explica Susana, mostrando con orgullo la colección de juguetes y flores que se han acumulado con los años. Historias de tragedia, milagros y apariciones convergen en un lugar donde los muertos no solo descansan, sino que parecen vigilar y cuidar a quienes aún caminan entre ellos.

Este Día de Muertos, el panteón de Acapulco no es solo un cementerio: es un testimonio vivo de la historia, la fe y la magia que conecta a los vivos con aquellos que partieron demasiado pronto.

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