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Informe peninsular
Por: Eduardo Serna
Opinión.- El proceso de renovación del poder judicial ha generado críticas de diversa índole, pero la más constante ha sido la que se centra en los actos protocolarios y culturales que lo acompañan. Estos actos, cargados de simbolismo de las culturas originarias, han provocado el rechazo de quienes no comprenden el profundo proceso de descolonización que vive el país.
Para entender este fenómeno, basta recordar la historia de la Conquista. Los templos originarios fueron destruidos y sobre sus cimientos se erigieron edificios nuevos. Un intento de borrar una cultura, una historia, una lengua y sus deidades. Se impuso un nuevo lenguaje y una nueva cultura, pero la historia nos enseña que un pueblo no puede ser borrado de su propia tierra. A pesar de los siglos de opresión, su identidad renace con una persistencia inquebrantable.
Este intento de aniquilación cultural dio como resultado la creación de instituciones políticas y sociales a imagen y semejanza de las europeas, una herencia que ha permeado en un sector minoritario de la sociedad. Este grupo, de piel más clara, que se avergüenza de los rasgos morenos y de lo indígena, es clasista y racista. De ahí surge la "comentocracia" que se escandaliza cuando ve a un presidente de la Suprema Corte con raíces indígenas, que se niega a usar la tradicional sotana negra y prefiere vestir ropas bordadas, llenas de color y significado.
Lo más fascinante del humanismo mexicano es precisamente este resurgimiento de las raíces. Es la reivindicación de una cultura de dimensión universal y de un pueblo cuyas lenguas, sabores y colores fueron negados por demasiado tiempo. Es profundamente simbólico que esta reivindicación se dé en el poder encargado de impartir justicia, de traer justicia a los pueblos originarios que se negaron a la desintegración.
Los actos protocolarios que reivindican a los pueblos originarios son un paso claro y necesario en la descolonización que se está construyendo. La responsabilidad de quienes ahora asumen el poder judicial es inmensa. Las críticas que condenan estos nuevos protocolos culturales provienen de mentes colonizadas que no comprenden este hermoso momento de resurgir de lo enterrado.
Hay otras voces, llenas de cólera, que hablan de "efecto Tizoc" o "apropiación cultural" y tachan estos actos de "circo". A ellos les diría que se tranquilicen, que estamos en la era del giro descolonizador del que nos hablaba el filósofo Enrique Dussel. Es un momento que debe ser entendido con empatía y una perspectiva más amplia.
La Suprema Corte tiene una responsabilidad enorme, y ya vamos tarde. Esperemos que los nuevos ministros estén a la altura de la esperanza que el pueblo ha depositado en ellos. Estaremos vigilando de cerca, porque la tierra y su gente reclaman una verdadera justicia.