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Guerrero arde en la memoria: marcha por Lucio Cabañas desnuda torpezas oficiales y viejas heridas del Estado

Cerca de mil personas marcharon en Atoyac en el tercer día de homenajes a Lucio Cabañas y sus compañeros del Partido de los Pobres.

“Lucio vive”.

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Guerrero.- Atoyac volvió a abrir las heridas que Guerrero nunca ha logrado cerrar. Bajo un sol que parecía castigo y ritual al mismo tiempo, cerca de mil activistas, maestros, exguerrilleros, buscadoras, artistas y vecinos marcharon para honrar a Lucio Cabañas, Lino Rosas y Esteban Mesino, pero también para recordar que el Estado sigue en deuda: con sus muertos, con sus desaparecidos y con su propia memoria.

La movilización de este miércoles fue el tercer día de una jornada que ha crecido no solo en números, sino en indignación. El punto que incendió los ánimos fue el homenaje oficial que el gobierno de Evelyn Salgado rindió al exgobernador Rubén Figueroa Figueroa, responsable directo —según documentan sobrevivientes y organismos— de asesinatos, desapariciones y represión sistemática. El agravio detonó una exigencia clara: disculpa pública, destitución de la secretaria de Cultura y un mecanismo real para investigar crímenes de Estado, no solo del periodo del llamado “terrorismo de Estado”, sino hasta 2018.

Lo que inició en la Preparatoria 22 se convirtió en un río que creció al paso. Un taquero dejó el mandil para sumarse al grito de “Lucio vive”. Vecinos salían a las puertas a grabar, aplaudir, recordar. Quienes sufrieron la represión militar en los años setenta repitieron historias ya conocidas, pero nunca asumidas por autoridad alguna: “En Atoyac no hay una sola comunidad que no haya sido golpeada por el Ejército”, sentenció el maestro de ceremonias al llegar al zócalo.

La memoria activa.

La hija del guerrillero, Micaela Cabañas, volvió a encarnar esa memoria viva que incomoda al poder. Entre lágrimas y rabia, leyó el posicionamiento “51 años de rebeldía viva”, donde enumeró los agravios: desde El Otatal hasta Ayotzinapa, desde los campesinos asesinados hasta los luchadores sociales recientes como Marco Antonio Suástegui. El pasado y el presente se mezclaron en una misma denuncia: “El terrorismo de Estado no desapareció —se actualizó”, denunciaron organizaciones y sobrevivientes.

Una de las críticas más punzantes recayó en la ligereza del gobierno estatal: Salgado anunció un homenaje a Cabañas… con fecha equivocada. Un error que las organizaciones interpretaron no como descuido, sino como señal de una desmemoria estructural: un Estado que no conoce ni respeta la historia que pretende conmemorar.

Entre las demandas, destacó la creación de un “Calendario de las Luchas de Resistencia del Pueblo de Guerrero”, alterno al oficial, ante lo que consideran una manipulación de las efemérides para borrar luchas incómodas. También insistieron en retirar de escuelas y espacios públicos los nombres de perpetradores, en cumplimiento de recomendaciones de derechos humanos que siguen archivadas.

El acto cerró como había iniciado: con reivindicación y rabia. Micaela entregó la estatuilla anual de su organización al histórico luchador Eloy Cisneros, quien, fiel a su estilo, devolvió la ceremonia al punto central: “sin justicia para los desaparecidos, no hay reconciliación posible”.

Atoyac, con su lista interminable de nombres, sobrevivientes y ausentes, demostró que el pasado no está muerto. El Estado mexicano —el de antes y el de ahora— sigue en la mira de un pueblo que no olvida. Y que cada diciembre vuelve a repetir la consigna:
“Lucio cayó, pero no se rindió… y nosotros tampoco.”

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