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El crimen organizado se ha infiltrado tanto en las instituciones del país que es prácticamente imposible no toparse con él, expresó Ramón Castro Castro, obispo de la diócesis de Cuernavaca y presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, durante la décimo primera Caminata por la Paz de Morelos.
“El crimen organizado se ha infiltrado tanto que hace casi imposible no toparse con él, no importa a qué te dediques: te lo encuentras en la calle, en tu negocio, en tu propia familia, con tus parientes.
“Lo mismo sucede en el Gobierno. Para muchos funcionarios públicos, realizar sus funciones se ha vuelto una tarea de riesgo. Ya de por sí, la labor del Gobierno está bastante desprestigiada por los niveles de corrupción y limitada por su falta de recursos”, expresó Castro Castro.
En punto de las 9:00 horas de este sábado, alrededor de 20 mil personas —de acuerdo con los organizadores— comenzaron a caminar desde las inmediaciones de la iglesia de Tlaltenango hacia la catedral de la ciudad, en el Centro de Cuernavaca.
Vestidos de blanco, miles de católicos avanzaron a pie por las calles y avenidas, entonando alabanzas y portando banderines y pancartas con imágenes religiosas.
Ya en el atrio de la catedral, Ramón Castro pronunció un mensaje en el que describió el poder que ha adquirido el crimen organizado dentro de los gobiernos de México.
“Muchos creen que el combate al narcotráfico se da solo en las áreas de seguridad, y que si no te metes con ellos, te van a dejar en paz; que si no te toca combatirlos de manera frontal, ni siquiera tienes que conocerlos. Sin embargo, no es así la realidad. Aunque nadie lo diga, los funcionarios públicos saben que a los líderes del narco hay que pedirles permiso para muchas cosas:
“Hay que pedirles permiso para pavimentar calles cuando les afecta sus negocios, para retirar ambulantes, hasta para hacer eventos culturales si están en sus colonias; para ocupar espacios públicos, para poner cámaras de seguridad, para hacer reuniones con los vecinos, para colocar alumbrado, para talleres contra la violencia, para hacer valer contratos cuando las empresas son suyas, o incluso para quitar placas de vehículos en línea roja”, dijo.
El no reconocer el poder que tienen los criminales puede costarle la vida a los funcionarios, agregó.
“Tan es así que algunos empleados públicos saben que no te puedes meter al Gobierno si no estás dispuesto a negociar con ‘la maña’. Algunos no se atreven a hacer un evento cultural sin advertirle a los artistas que podría llegar el jefe de la plaza y, a punta de pistola, pedirles que sigan cantando hasta la madrugada, porque allí quien decide cuándo se acaba la fiesta es el jefe. Y si no, te amarra, te pone de rodillas, te somete y te enseña cómo sí se puede.
“Muchas veces no se puede exigir a las empresas contratadas por el Gobierno que hagan bien su trabajo, si no están dispuestas a aguantar las presiones de los prestanombres del narco para que volteen la cara a otro lado. Resulta que muchas de las empresas proveedoras del Gobierno son del narco, y lo peor: todos lo saben, todos piden su porcentaje y, sin mayor problema, pasan los procesos de licitación. Y si quedan mal, ni a quién reclamarle”, comentó el obispo.
Según dijo, el contacto con los jefes del narco se vuelve tan cotidiano que algunos funcionarios ya ni lo ven mal, y hasta acusan de ingenuo a quien se sorprende por lo que pasa en algunos niveles de gobierno.
“Llegan mensajes de amenazas por todos lados. Llega una persona con un teléfono y dice: ‘El patrón te quiere hablar, te quiere pedir una concesión’. Hermanos, esa es nuestra triste realidad”, expresó.
Ante la grave situación de inseguridad, el obispo también cuestionó la indiferencia de diversos sectores de la sociedad ante la ola de violencia que azota al país.
“¿Qué está pasando? ¿Qué nos está pasando como personas responsables en México del todo social? ¿A quién esperamos para que venga a arreglar este mal? ¿Por qué no reaccionamos y hacemos algo para revertir este diabólico flagelo? ¿Por qué la ciudadanía da muestras de desinterés e indiferencia muchas veces? ¿Dónde nos perdimos? ¿Dónde perdimos el rumbo, que hemos olvidado cumplir los deberes cívicos y los actos éticos y morales que, solo por ser tales, constituyen el bien común?
“¿Por qué no hemos hecho lo suficiente como ciudadanía al respecto, si constatamos que los gobernantes están rebasados, o son incompetentes, o están coludidos, o son ineficientes o ineficaces para realizar sus funciones?
“¿Y la Iglesia, dónde está? ¿Y dónde está la iniciativa privada? ¿Y dónde están los intelectuales y académicos? ¿Y dónde está la sociedad civil organizada? ¿Por qué parece que se salen con la suya los malos, si son pocos? La mayoría soporta la violencia o se resigna a ella, enfermándose emocional, social, psíquica y espiritualmente. Son tantas preguntas y tan pocas respuestas”, dijo.
Antes de concluir su mensaje, Ramón Castro propuso a los asistentes un ejercicio de catarsis:
“Los invito, si les parece bien, a hacer un momento de catarsis. Quienes caminamos hoy —ciudadanos de a pie, hombres y mujeres comunes y corrientes, creyentes o no, de una fe religiosa o de otra: cristianos, católicos, judíos, budistas, agnósticos—, todos podemos decir a una sola voz: ‘¡Basta ya de tanta violencia!’
“¡Basta ya de tanta violencia! ¡Basta de tanta sangre derramada! ¡Basta de tanta iniquidad! ¡Basta ya de tanta ineficiencia gubernamental! ¡Basta ya de tanta impunidad! ¡Basta ya de tanta indiferencia! ¡Ánimo, hermanos!”, concluyó.