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«A dos tiempos», un texto del poeta Francisco Magaña, a propósito de un elusivo libro de poesía

La fidelidad de Marquines actúa en el lenguaje y sus ofrecimientos; si la escenografía y los argumentos varían de un título a otro, mantienen en vertical y en todo lo alto las rutas siempre abiertas de las múltiples ramificacioness de la escritura poética.

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Nada de esto proviene de la gratuidad, atrás de todo esto hay un largo aprendizaje y borradores y lecturas y más borradores y más lecturas.

I

Desde 1996 con la aparición de su primer título El ojo es una alcándara de luz en los espejos, Jeremías Marquines marcó su impronta con claridad, para que no quedaran dudas de su entrada a la poesía. Se alojó así en la página que enarbola la declaración de sus principios y que, parafraseando a Paul Valéry, cuando inicia su Monsieur Teste, podemos leer como: «la ordinariez no es mi fuerte».

Sus títulos son ya una toma de partido por las posibilidades de la expresión, más allá de la enunciación informativa. Desde aquí, desde esa puerta de entrada, leemos para ejemplificar: De más antes miraba los todos muertos (1999), Las formas de ser gris adentro (2001) y Varias especies de animales extraños cubiertos de piel jugando en una cueva con un pico mientras Richard Dadd observa desde un calabozo de Bethlem (2008). Después vendría Bordes trashumantes (2008) en el que el poeta se da un descanso para al año siguiente volver con Donde tiene el hoyo la pantera rosa. En 2012, Acapulco Golden, quizá el menos provocador de sus títulos y el más ambicioso formalmente.

Lo que irrumpió hace veintiocho años fue una mirada diferente, de amplio registro y escudriñadora, que centra su visión en lo sagrado como en las figuras emblemáticas de la televisión; que explora con paciencia de entomólogo las especies seleccionadas y de ese registro desecha lo que no se aviene a sus propósitos –oficio de editor–, para hacer entrega de un texto al que no se notan las costuras de la elaboración, sino que fluye con aliento natural. Nada de esto proviene de la gratuidad, atrás de todo esto hay un largo aprendizaje y borradores y lecturas y más borradores y más lecturas…

9tubohouse Makoto Masuzawa y la residencia del señor H se agrega para consolidar lo expuesto al inicio de estas líneas. La fidelidad de Marquines actúa en el lenguaje y sus ofrecimientos; si la escenografía y los argumentos varían de un título a otro, mantienen en vertical y en todo lo alto las rutas siempre abiertas de las múltiples ramificacioness de la escritura poética.

En 2013 en la colección Carlos Pellicer de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco se publicó su Obra poética (1996-2012). Estos libros se agradecen en particular en un autor como Marquines, quien solidario con sellos por decisión marginales (al igual que su quehacer poético), convierten sus publicaciones en difíciles de conseguir. En ese puente que va de la institución editora al lector, no es poco lo que ha hecho el también poeta y ensayista Miguel Ángel Ruiz Magdónel, médium de los buenos, de los necesarios, y más aún, de los imprescindibles.

¿Qué hay en el título que hoy nos convoca? Los epígrafes indican su procedencia. Si hay una historia hay personajes: una escenografía mínima, de voz baja, como uno de esos susurros letales que anteceden la embestida del aforismo. Alguien que piensa, que imagina. Y es un ambiente de silencio (como pensado por Edward Hooper) cuyos diálogos, elusivos, funcionan más como detonantes para nuevas inquisiciones que para mantener la correspondencia. Ello recuerda también la teoría del iceberg de Hemingway que García Márquez vio usada a su nivel máximo en «El gato bajo la lluvia», ese cuento magistral del autor de Por quién doblan las campanas.

El sitio en el que se desarrolla la trama adquiere capital relevancia: dice al inicio, «hasta el dolor necesita espacio», y en la última página, «ve la habitación y cree que es tan pequeña que no se puede ni llorar allí».  Es decir, si ya las sentencias aportaron lo enrarecido, los límites enfatizan su aislamiento, le dan poder. Por eso conforme avanza la trama nos encontramos con «nada tiene en común conmigo. Ya no me dice que estoy loca», «Los sueños crean sus propios problemas», «lo vacío, lo aburrido, es el otro nombre de la libertad», «sin casa, la libertad es una tortura»… La atalaya o mejor, la alcándara —para usar una palabra cara a nuestro poeta— desde la que la voz cuenta, me recuerda a Morirás lejos de José Emilio Pacheco, en el que narrador fragua una serie de conjeturas, todas posibles, que consolidan la categoría experimental de esta obra.

Algunos de los asistentes a la presentación del libro de Jeremías Marquines
Algunos de los asistentes a la presentación de Marquines.

Este libro de Marquines es un libro de poemas en prosa (una prosa en reposo, íntima y contenida) que es un relato de tal intensidad y concentración que por eso asegura su estadía en el género —el acto propio de la depuración del lenguaje— y que haciendo uso de esa libertad que deja de lado la rigidez de las consignas, explora a sus anchas en la narrativa. Como en toda buena obra sus personajes son inolvidables. Por ejemplo: «el vecino del señor H es policía, pero le hubiese gustado ser otra cosa. Una vez recibió un premio de oratoria en la escuela inicial. Ese día, su padre alcohólico escupió en su comida. Tampoco irás muy lejos, dijo». A mitad del libro nos dice que «el corazón del policía es una margarita de tela». El ciruelo y su declaración no es materia de olvido sino de aquello que la memoria conserva nada más que para su propio regocijo. Además, la señora H y el ciruelo… en fin.

Sólo mencionaré un ejemplo de los diálogos elusivos que recién mencioné: «la señora H se acerca. Su marido es un matorral arenoso. Hace tiempo que el afilador se marchó. El señor H le dice: tengo algo borrado. Ella le reprocha su ingratitud y sus amistades plebeyas».

El señor H, su inmovilidad, sus cavilaciones. El señor H y la filosofía. El señor H y el sedentarismo y «de pronto hace mucho sol, está en un restaurante, y los camareros vienen a saludarlo», leemos en la línea final.

Una de las fuentes de Marquines se encuentra en los Siglos de Oro, y por ello cierro este  apartado con una cita de Lezama Lima que ilumina la relación y la importancia que tiene la imagen en el autor de Acapulco golden. Dice el lince de Trocadero (como atinadamente lo llamó David Huerta): «apesadumbrado fantasma de nadas conjeturales, el nacido dentro de la poesía siente el peso de su irreal, su otra, realidad continuo. Su testimonio del no ser, su testigo del acto inocente de nacer, va saltando de la barca a una concepción del mundo como imagen».

¿Qué agregar a sabiendas que este es un mero acercamiento? Quizá, como leemos en el tramo último: «todo es tan cierto, como si apenas acabáramos de volvernos humanos».

II

Debe ser que fue porque así ha sido.

Que tres meses se trocaran en treinta años

al menos yo no lo imaginé.

Un día de pronto llegué muy temprano

a la Casa Internacional del Escritor, en Bacalar.

Con Dulce, Ariel, Jeremías y Chávez conformamos

la delegación Tabasco. Insisto: lo que no pude imaginar

es que el tiempo —tan leve entonces y tan de vértigo ahora—

fuera pegando con calma los ladrillos con una mezcla

casi invisible que nunca pensé fuera tan resistente.

Quizá entonces como ahora: sólo lo que el día nos concede.

Como la gracia concedida sin interés que así le dijo

el abate Bremond a Paul Claudel.

Recuerdo las horas de todas las horas ahí como el inicio

de una larga conversación que a pesar de tantos virajes alarga

su paso con natural aliento. Cuántos libros, cuántas risas,

cuántas palabras como humo y cuántas madrugadas tejieron

con paciencia esa red de agujeritos (un saludos a don Juan Almela)

por la que tantas cosas han pasado:

otra vez libros, ahora premios, caminatas, café y el amanecer a oscuras

como nota al margen de lo que nos aguarda.

Con Olvido García Valdés puedo asegurar que todos estábamos vivos

como ahora cuando estas líneas se las dedico a Ariel Lemarroy

por acompañarnos en estos aires que «no traen nada de vuelta

salvo aquello que valoramos por encima de todas las cosas»

como nos enseñó James Salter.

Francisco Magaña

Pueblo Nuevo de San Isidro Labrador

Año de Dios .

*El texto está dedicado A Ernesto Lumbreras

Fotos: Tomás Rivas.

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